Adriana Tanus

Música por la diversidad

06/11/2019 · Por Rosa Alvares
Adriana tanus ojem apertura
Adriana Tanus, directora de la Orquesta Juvenil Europea de Madrid. © Kela Coto

Adriana Tanus, directora de la Orquesta Juvenil Europea de Madrid, ha hecho de la música el mejor instrumento para luchar por un mundo más diverso y tolerante. ¿Su próxima aventura? Presentar junto a sus músicos el 'Réquiem' de Mozart en el Auditorio Nacional de Madrid.

En el principio, fue Bach, cuya música le ponían sus padres incluso antes de nacer. Adriana Tanus lleva la música en el ADN; por eso, cuando dijo en casa que deseaba realizar estudios superiores en el conservatorio, le dieron alas para cumplir su sueño. El violoncelo se convirtió en su medio de expresión, pero la dirección se cruzó en su camino. ¿Por qué quedarse solo con un instrumento pudiendo atender a todos? Empeñada en demostrar que la música es uno de los mejores métodos de integración, predica con el ejemplo dirigiendo la Orquesta Juvenil Europea de Madrid (OJEM), con la que el 15 de noviembre presentará el Réquiem de Mozart en el Auditorio Nacional de la capital.

¿Cómo una violoncelista acaba pasándose a la dirección?

Cuando tocaba en orquestas lo hacía casi de memoria, porque sentía la necesidad de fijarme continuamente en la gestualidad de los directores y de mis compañeros. Me fascinaba entender por qué, en algunos casos, conectábamos emocionalmente con el director, mientras que en otros momentos eso no se producía. No era solo cuestión de conocer la partitura, había algo psicológico detrás ese líder en el que crees y que hace que toques como él quiere y siente la música.

¿Recuerdas las primeras veces que te pusiste al frente de una orquesta?

Sí, aunque de aquello hace muchos años. Eran grupos pequeños, pero lo que tengo hoy es fruto de aquello, de sembrar, de construir y cosechar. La OJEM es una orquesta de unos 80 miembros, mientras que el coro que dirijo está formado por 130 voces. Nunca pensé que íbamos a ser tantos y a afrontar partituras tan complejas e increíbles como el Réquiem de Mozart o la Novena Sinfonía de Beethoven.

Los grupos que diriges están formados por músicos muy distintos. Cuéntanos.

Tienen en común que apuestan por la integración. Por ejemplo, en el coro del Liceo Francés y de la OJEM son niños y jóvenes, padres, profesores… Muchas edades, muchos niveles musicales… Y lo mismo ocurre con la orquesta, donde coincide gente que se va a dedicar profesionalmente a la música, con mucho talento, con otros que han decidido tomar un camino profesional diferente, pero que permanecen ligados a la música.

“Es maravilloso ver que gente de tantas ideologías diferentes son capaces de entenderse a través de la música”

¿Cómo se gestionan esos distintos niveles, intereses, nacionalidad o edades?

Buscando, desde el amor por la diversidad, que cada cual encuentre su superación dentro del grupo, sea cual sea su punto de partida: desde el amateur al profesional.

El director lidera todo, es la figura de poder, pero supongo que sin una gran sensibilidad y, sobre todo, sin una gran empatía, es imposible que eso funcione.

Esa es la palabra que rige mi vida, empatía. El director de orquesta hoy en día no es un “dictador”. Yo lo concibo como una prueba absoluta de generosidad, de entrega a cada uno de los músicos. Lógicamente, va a prevalecer mi forma de entender la música, pero estoy a la escucha de lo que el grupo me da. Soy lo que soy porque estoy rodeada de mucho talento. Sola, sin esas energías tan potentes y bellas, no podría hacer nada.

Entre el público y los artistas que suben a escena se percibe una energía que traspasa la cuarta pared. ¿Sucede eso entre el director y su orquesta?

Se genera una energía brutal. Salgo al escenario y todos me están mirando: los que están en las filas posteriores, solo ven cabezas; pero yo solo veo ojos fijos en mí. Eso es una sensación de orgullo, de amor profundo y responsabilidad por mi parte. Están ahí porque han confiado en mí, porque han trabajado, porque en cada ensayo hemos dado un paso para llegar a esa actuación. Yo les devuelvo la mirada y entonces siento esa energía común: comenzamos a respirar y a sentir juntos. Y eso el público lo percibe.

¿Vives cada ensayo como un espacio de entendimiento?

¡Por supuesto! En un ensayo hay muchos hándicaps, de hecho, cada cual trae el suyo de fuera. Pero llegan y tienen que enfrentarse a una partitura con dificultades. Mi trabajo es desbloquearlos desde ese punto de partida, hasta que los meto en situación y en esa realidad compartida con todos los demás que es la música. Entonces respiran al unísono, fluyen en la misma dirección.

“La música es un espacio perfecto para la tolerancia. Compartirla te pone las emociones a flor de piel, te hace sentir la belleza de la vida, te hace más humano”

¿La cultura es un vehículo perfecto para crear ciudadanos comprometidos? 

Sí, por eso creo siempre proyectos de integración. Es maravilloso ver que gente de tantas ideologías diferentes es capaz de entenderse a través de la música. Es un espacio perfecto para la tolerancia. Compartirla te pone las emociones a flor de piel, te hace sentir la belleza de la vida, te hace más humano.