Use Lahoz

La memoria escrita

27/12/2019 · Por Daniel Mesa
El escritor Use Lahoz
El escritor Use Lahoz acaba de publicar su novela ‘Jauja’, una epopeya humana sobre la memoria, el perdón y el destino. © Esther García Llovet

El autor de los premiados ‘Los Baldrich’ (Talento FNAC 2009), ‘Los buenos amigos’ (Premio Ojo Crítico 2012) y ‘El año en que me enamoré de todas’, título que le valió el prestigioso Premio Primavera de Novela 2013, vuelve a las librerías con una historia sobre la memoria y el perdón.

Nos encontramos en la librería Rafael Alberti, todo un templo de las letras situado en el barrio de Argüelles, donde cada semana es posible charlar en sus encuentros con lo más granado de la narrativa hispana contemporánea. Esta vez es el turno del escritor y periodista Use Lahoz (Madrid, 1976), que llega para presentar Jauja (Editorial Destino); su nueva novela en la que sigue los pasos de María, una actriz que debe enfrentarse a los demonios de su pasado. Le acompaña al timón la grandísima Almudena Grandes, que ocupa el rol de maestra de ceremonias de una de las citas literarias del otoño. Tomamos como pretexto el último lanzamiento de este escritor madrileño, afincado en Barcelona, para charlar con él sobre ficción, García Márquez o lugares que solo existen en la memoria.

¿Dirías que esta es tu novela más ambiciosa hasta la fecha?
No sé si la más ambiciosa, pero sí la más atrevida en cuanto a estructura, tiempos y voces narrativas. También en cuanto a la temática y el enfoque, porque, por ejemplo, el personaje principal ha fallecido y aparece siempre evocado por los demás, algo que nunca había hecho.

¿Cómo se fraguó esta historia en tu cabeza?
Las novelas se empiezan a escribir mucho antes de la primera palabra. Igual que necesito terminar una novela para poder explicarla, ahora que está publicada reconozco que detrás de ella hay varios fogonazos, momentos, sensaciones que permanecieron durante mucho tiempo en mi inconsciente. El primero es la imagen de la actriz Anna Lizaran en el Teatre Lliure de Gràcia interpretando el papel de Liuba Andreievna en El Jardín de los cerezos, diciendo adiós a su infancia, a su juventud y, en definitiva, a su vida… Nunca he visto a nadie decir adiós como ella. Otro fogonazo corresponde a la novela El Primer Hombre de Camus, y a su crónica Retorno a Tipasa, donde al evocar su infancia decía aquello de "el sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento". Otro momento corresponde a mis años en Uruguay y a una historia que me contaron de una familia que vivía huyendo. 

La memoria es un tema que vuelve una y otra vez a las páginas de tus novelas. ¿Entiendes esto como un antídoto para lidiar con el pasado o para reconciliarte con él?
La memoria es una de las armas, junto a la constancia y la imaginación, de las que dispone un escritor para crear. Tanto da que se haga ficción como no ficción. A determinada edad encuentras en el pasado situaciones imprevisibles y muchas sorpresas. Es lo que le ocurre a María Broto, una de los protagonistas de la novela, que al enterarse de la muerte de su padre y echar la vista atrás descubre que debe reconciliarse con el pasado para poder seguir adelante.

¿Qué hay de Use en tus personajes?
Siempre hay algo. Por ejemplo, María y yo tenemos la misma edad, gustos musicales parecidos y ella se aferra al teatro como yo a la literatura. Pero nada de lo que le pasa a ella me ha pasado a mí. No obstante, Chejov, gran maestro, decía que las imágenes generan pensamientos, pero que los pensamientos no generan imágenes, de manera que, si yo no he sufrido, traicionado, querido o me he equivocado es difícil que pueda hablar de esos sentimientos personalizados en un personaje.

“Si yo no he sufrido, traicionado, querido o me he equivocado es difícil que pueda hablar de esos sentimientos personalizados en un personaje”

Una de las conclusiones que extraía Almudena Grandes de esta novela durante su presentación es que cuando llegamos a la edad adulta nos parecemos más a nuestros progenitores de los que nos gustaría.
Sin duda, se han dado casos... Por eso conviene no prolongar las reconciliaciones y los perdones pendientes, como le ocurre a María Broto. Esta novela también habla de ello, de la herencia no material que nos dejan las personas que de verdad nos quisieron.

Este, como tus otros libros, se sitúa en la balda de la no ficción, a kilómetros de un género, el de la autoficción, que en los últimos años se ha vuelto omnipresente.
Para escribir de uno mismo hay que ser muy bueno. Admiro muchos libros de no ficción o autoficción como, por ejemplo, Ordesa, Tiempo de vida o El olvido que seremos. Sin embargo, aún no me he atrevido a escribir algo así, quizás porque no he vivido situaciones que demanden de ello, y por eso confío en la ficción; me gusta explicar la vida a través de ella, de personajes que invento. Dicho esto, el “yo” siempre está presente de alguna manera. García Márquez, por ejemplo, fue el precursor del realismo mágico gracias en parte a las historias delirantes que le contaban sus tías en su pueblo y que vivían como si fuera verdad, y que luego formaron parte de su verdad literaria. La ficción es aquello que da nombre y forma a la realidad, por eso es tan necesaria. Madame Bovary hace real la Francia de su época, como La plaza del diamante hace real la Barcelona de posguerra.

Al igual que otros autores —de Onetti a Sara Mesa pasando por Nicolas Mathieu—, en tus libros tiendes a situar a los protagonistas en lugares ficticios. En tu caso, el pueblo de Valdecádiar. Si tuvieras que trasladarla a un mapa, ¿en qué lugar de la Península estaría?
Se situaría por Teruel, en un paraje recóndito y seco. Valdecádiar es una combinación de pueblos que he conocido. En mi formación como escritor han sido igual de importantes las lecturas y las obras de teatro y en definitiva toda la cultura y todo el arte, como lo fueron los veranos que pasé en un pueblo de Teruel junto a mi abuela. Eran esos veranos eternos de la infancia, maravillosos, en los que me enfrentaba a otras formas de vida, a la otra lengua, a otras formas de expresar el amor, la amistad…

“La ficción es aquello que da nombre y forma a la realidad, por eso es tan necesaria”

Tu profesión te ha llevado a vivir en Francia, Alemania, Cuba, Uruguay o Portugal. ¿Cómo alguien con un bagaje tan cosmopolita como el tuyo se decanta en la ficción por un entorno rural?
El pueblo me tira porque es mi referente. Yo no puedo hablar de lo que no conozco, es decir, me costaría mucho ambientar una novela en moteles de la América profunda sin haber estado allí. En esta novela, no obstante, una de las ambiciones era unir la vida cosmopolita de la actriz en su madurez con la vida rural de su infancia, y al mismo tiempo, la vida intelectual con una más ancestral, la novela de ideas con la novela de aventuras o de formación. 

¿Sueles saber el final desde antes de sentarte a escribir el primer capítulo o las historias van avanzando según tengas el día?
Charles Simic decía algo así como: “Salí de casa para ir a misa y acabé en el canódromo”. Pues a mí me pasa un poco lo mismo. Sé como empiezo, pero no sé el final. Creo que el arte no se puede prever, pero sí modelar. Soy más de la improvisación que de la inspiración. Empecé la novela sobre una actriz que debe volver al pasado para ajustar cuentas con él y desembocó en la historia de amor desdichada entre un padre y una hija.

Además de escritor, ejerces como profesor en la Université de Sciences Po de París. Decía Juan José Millás en una entrevista firmada por ti para Talento a bordo que “a escribir se aprende y todo lo que se aprende se puede enseñar”. ¿Crees que echarle horas y horas basta para ser un buen escritor?
Creo que la constancia y la perseverancia son buenas armas. Para mí la escritura es un oficio autodidacta, no se sale de una universidad licenciado como escritor. Por eso es un oficio fascinante, y para el que nunca es tarde. Se escribe con la cabeza, pero también con las tripas, por lo que yo no estoy tan seguro de que se aprenda y se enseñe tan fácilmente.