Eva Hernández

“No hay nada como trabajar con tus manos para saber de qué eres capaz”

12/09/2019 · Por Daniel Mesa
EVA HERNANDEZ CERAMISTA apertura
La ceramista Eva Hernández posando a lo 'Hamlet' durante un descanso en su taller. © Kela Coto

Es lógico que, en los últimos años, las piezas de cerámica de Eva Hernández se hayan colado en las mejores 'boutiques' de diseño e interiorismo, tanto dentro como fuera de nuestra geografía. Realizados a mano y sin moldes, como antaño, y decorados a golpe de pincel y fórmulas propias, sus atemporales diseños están llamados a perdurar en el tiempo.

Los 'wunderkammern', también conocidos como gabinetes de curiosidades o cuartos de maravillas, fueron concebidos como lugares pensados para encapsular el mundo en una suerte de microcosmos. El taller de Eva Hernández, en el madrileño barrio de Pueblo Nuevo, no dista mucho de estos espacios que proliferaron durante el siglo pasado. En él, animalarios, revistas antiguas y ensayos de zoología conviven con láminas de obras prerrafaelitas, pilas de blocs garabateados y catálogos de arte –el surrealista mundo de El Bosco es una de sus grandes inspiraciones–. Pero, sobre todo, es el lugar donde esta ceramista de Vigo da rienda a su mundo interior transformándolo en piezas únicas que dota de gran belleza y sensibilidad. Desde platos y cuencos a tazas zoomorfas –“ideales para el té”, comenta–, pasando por retratos esculturales por encargo, falsos trofeos de caza o incluso alegres urnas funerarias, valga el oxímoron. Una historia de intuición, reinvención y constancia.

Tu trayectoria es atípica. Trabajaste como diseñadora gráfica y desarrolladora web justo antes de estudiar alfarería y cambiar para siempre el ratón por la arcilla. Aquello fue en 2011. ¿Qué te empujó a tomar una decisión tan drástica?

Me encontraba en mitad de los peores años de la crisis, cuando mi vida empezó a sufrir grandes cambios en los planos personal y laboral. Una amiga me recomendó una escuela de cerámica y me matriculé pensando que me serviría como terapia, sin saber que me llevaría a retomar por completo mi faceta artística. Ahí fue cuando me di cuenta de que había estado confundida durante mucho tiempo y que debía retomar el arte como siempre lo había concebido, como un acto artesanal.

La idea de emprender suele ir ligada a una sensación de vértigo. ¿Fue tu caso?

Al final, la vida es uno mismo, y no hay nada como el arte y trabajar con tus manos para darte cuenta de lo que eres capaz de hacer. En mi taller me encuentro sola ante la cerámica y mis posibilidades creativas. Cada día es un reto.

En los últimos años hemos sido testigos de una pujante vuelta al arte de la cerámica, con propuestas que, como la tuya, apuestan por los procesos artesanales y tradicionales. ¿A qué crees que se debe este interés por las profesiones de nuestros abuelos?

Creo que es un claro signo de que algo no funciona. Nos hemos inventado la necesidad de estar conectados constantemente con la tecnología y muchos nos hemos dado cuenta de que esto no es más que un 'bluf'. El sentido de la vida está en otra parte; en trabajar manualmente, en desarrollar la imaginación… Es la alternativa a lo que nos intentan vender desde arriba. Es lógico que hoy más que nunca muchos urbanitas decidan irse a vivir al campo o cerca del mar y abrazar valores más primitivos. En las ciudades cada vez nos quedan menos árboles. 

Hay algo de atemporal en cada una de tus piezas, que pueden encajar con naturalidad en contextos clásicos y contemporáneos. ¿Es deliberado?

Me gusta lo clásico y me empapo de referencias de cualquier época. Me cuesta mucho identificar qué es realmente moderno, ya sea en arte o en moda. Imagino que influye haber crecido en una familia de artistas [su padre era esmaltador; su madre es pintora; su hermano, músico; y su abuelo, orfebre]. ¡Una familia de locos! Quería salir de ello, pero finalmente caí. (Risas)

Galicia es conocida, entre otros, por ser tierra de ceramistas y cuna de otros artesanos como zoqueiros, cesteros o cuchilleros. ¿Qué tiene la terrinha?

Imagino que tiene que ver con el clima –la gente pasa más tiempo en casa– y nuestra situación geográfica. ¡Llegar a Galicia es todo un trabajo! De algún modo, nos hemos arraigado a costumbres muy nuestras. Estar tan cerca de Portugal ha sido también clave en la cultura gallega de la artesanía. Siendo de las Rías Baixas, siempre he sentido una unión especial con el pueblo portugués, y eso se refleja en muchos niveles.

¿Cómo se desarrolla, en tu caso, el proceso de creación? ¿Cuánto hay de improvisación?

Suelo empezar dibujando (¡soy una loca de los blocs!). En mi cerámica suelo decir que participamos tres: el barro, el fuego y yo. Al barro le dejo que tome sus formas (a veces, la pieza se ladea o se forman abolladuras en la superficie), y a partir de ahí es como si el propio material me hablase: voy intuyendo posibles caras de animales, motivos concretos… Y, finalmente, el fuego, que tiene siempre la última palabra. De ahí, puede que la pieza salga como esperaba, que surja algo diferente pero interesante o que vaya directamente a la basura. Todo influye, desde un color que contamina el ambiente del horno o un exceso de oxígeno. No saber cómo va a quedar lo que he empezado me genera una especie de adicción.

Tengo entendido que trabajas sin moldes.

Así es. El molde te permite producir tiradas mayores y resultados más exactos, pero en mi caso, prefiero que ningún plato sea idéntico a otro. Es la razón por la que todas mis piezas son únicas. Si alguien quiere dos platos iguales, ¡no serán de Eva Hernández! (Risas)

La inspiración, ¿nace o se hace? En otras palabras, ¿surge o se busca?

La inspiración, como todo, se trabaja. No creo en eso de “me voy a dar un paseo para inspirarme”. El trabajo y la constancia son fundamentales y lo han sido durante toda mi vida.

Tu obra reúne todo tipo de enseres para la cocina como platos, cuencos, fuentes o tazas. ¿Existe alguna relación directa entre tus piezas y la gastronomía?

Dicen que los ceramistas son grandes cocineros. No es mi caso… Yo abro una lata con mucho amor y ahí me quedo. Eso sí, aunque sea precocinado, me gusta comer sobre un buen plato. La textura para mí es fundamental. Uso palillos porque me encanta la madera, las cucharas las prefiero de porcelana… Es casi lujo, un factor que consigue cambiar el sabor. Es como tomarte una cerveza servida en una copa de cristal o en un vaso de plástico. ¡Nada que ver!

¿Qué plato servirías en una de tus vajillas?

Una buena ensalada. Me encanta ir descubriendo entre las verduras los diferentes dibujos de animales. Encontrarte, de repente, a un escarabajo, un pajarito…

Aunque de primeras puede sonar macabro, eres una gran defensora de las urnas funerarias como objeto emocional y de decoración. Cuéntanos.

En la casa familiar teníamos todo un “cementerio” de animales en la azotea. Tuvimos cientos de ellos; recogidos, encontrados… Y cuando morían, vertíamos sus cenizas en macetas y otros contenedores para no esparcirlas por ahí. Toda la vida he convivido con estos objetos. Nunca he entendido eso de tirar las cenizas por un acantilado. El arte fúnebre sigue estancado en las referencias religiosas, pero es un mercado que debe cambiar. Se pueden hacer cosas maravillosas. Yo ya estoy pensando cómo será la mía…

Cuando visualizamos tus piezas en conjunto –todas ellas plagadas de ilustraciones de insectos, aves o peces–, uno tiene la impresión de estar frente a una suerte de animalario medieval. Tanto que es casi imposible encontrar una pieza firmada por Eva Hernández donde no luzca alguna especie animal. ¿De dónde te llega esta obsesión?

Es un estilo de vida. Me atrevo a decir que me interesan más los animales que los humanos. Son todos maravillosos. Me encantan, por ejemplo, los insectos; son como pequeñas joyas de colores. Por eso, en mi estudio procuro estar rodeada de ellos, ya sea en libros, esculturas, cerámicas, dibujos… Es como más feliz me siento.

¿El último que has descubierto?

El pez gota. Es un animal con cara de señor absolutamente alucinante y que invito a que todos 'googleéis'.