Rogelio López Cuenca

La ironía exige complicidad

21/06/2019 · Por María Ballesteros
López Cuenca
El artista Rogelio López Cuenca se vuelve modelo por un instante en el exterior de la entrada del Museo Nacional de Arte Reina Sofía. © Sergio Albert

A sus 60 años, Rogelio López Cuenca se enfrenta a uno de esos momentos clave que ejercen como arma de doble filo para todo artista: una exposición retrospectiva. El Museo Nacional de Arte Reina Sofía (MNARS) muestra la carrera de este obrero del arte contemporáneo en 'Yendo leyendo, dando lugar' (hasta el 26 de agosto). Una declaración de principios que subraya cómo en la producción de este malagueño se trufan lingüismo, pintura, poesía, collage, ironía y, sobre todo, humor.

Delgado y fibroso, su apariencia es más cercana a la de un aficionado al trekking que la que, se supone, ha de tener un artista contemporáneo que utiliza también su cuerpo y su imagen como vehículo de expresión. Quizá, este perfil estético tan discreto es el contrapunto necesario para una obra afilada y aguda que divierte, hace pensar e incomoda. ¿Qué siente uno viendo la producción de toda su vida? “Pues no sé si no lo he digerido todavía o si lo voy a digerir, porque no he notado nada especial. Hay algunas cosas que impresionan, sobre todo las fechas. Pero lo que me gustó fue cuando Francisco Godoy [de MNARS] empezó a revisar los archivos y detectó las líneas de mi trabajo e intereses. Algo que uno mismo no detecta”.

Durante toda la conversación, la palabra humildad sobrevuela este encuentro. A veces, pronunciada. Otras, como manto invisible sobre su discurso. A propósito de sus trabajos colectivos —los más antiguos— la pregunta sobre cómo deben gestionarse el ego y el ingenio, tanto propio como ajeno, por el bien de la obra, sale a flote en la conversación: “Lo que hay que tener es un poco de humildad y de conciencia para la práctica artística. El fenómeno cultural es un proceso colectivo, igual que la cultura”. Y prosigue: “Hasta el más misántropo de los escritores o artistas que piensa que está en una torre de marfil aislado está en permanente diálogo con una herencia en la que se inserta su obra”.

La charla con el malagueño tiene lugar en NuBel: la cafetería retrofuturista del museo. Un lugar multidisclipinar —como el propio López Cuenca— en el que se bebe, se come, se lee e incluso se puede asistir a sesiones de DJ set. Un espacio en el que, paradójicamente, uno de nuestros artistas contemporáneos vivos más importantes disfruta de un absoluto anonimato mientras charla sobre su vida y su obra. ¿Qué alimenta el alma de López Cuenca? “La lectura, el conocimiento, la búsqueda de referencias y bucear en la genealogía de lo que uno está haciendo”.

Una reflexión, la de López Cuenca, que invita a pensar si sería noticia en los telediarios el mundo del arte sin polémicas, provocación o cifras económicas obscenas. “Los medios normalmente ponen atención al estrellato y las obras. Creo que es mucho más interesante aquello que queda por terminar, lo que no se clausuró, los flecos, las grietas, las vías abiertas no culminadas”.

Es cierto: lo minoritario, a veces, no vende o no interesa. La precariedad en la cultura es habitual y la retribución justa por un trabajo realizado, insuficiente. “Quiero evitar la autosatisfacción del trabajo de artista. Desde los años ochenta no me he dedicado a otra cosa. Ese trabajo incluye escribir textos teóricos, críticas de arte, tareas de comisariado, cursos, talleres, conferencias, etc. Es más, hay épocas en las que esta parte es la que mayores ingresos me aporta”.

Los medios normalmente ponen atención al estrellato y las obras

Rogelio López Cuenca alcanzó el mayor punto de inflexión en su obra en 1992, coincidiendo con el V centenario del descubrimiento de América, la Exposición Universal de Sevilla, la capitalidad cultural de Madrid y las Olimpiadas de Barcelona. Sus intervenciones criticando las políticas migratorias, la especulación urbanística, la memoria histórica o el tratamiento erróneo de la cultura como atrezo del turismo y no como esqueje del arte fortalecieron su discurso. El artista de Nerja reflexiona sobre ello: “Tengo claro que, en las sociedades que llamamos desarrolladas, se ha instaurado una concepción de la cultura que es una especie de lujo: de algo a lo que accedemos cuando ya tenemos satisfechas nuestras necesidades básicas. Pero, si nos fijamos un poco, la mayor parte de la humanidad no hace esa distinción. No consume cultura en sus momentos de ocio. La cultura forma una parte indisociable de la vida”.

En la obra de este lingüista ocupa un espacio destacado el eje Picasso-Málaga-Picasso. Él denomina esta combinación como “picassización de Málaga” y “malaguización de Picasso”. Así lo explica: “Todo está diseñado para la satisfacción del visitante. De lo que estamos hablando es de turismo. En un momento dado, todos somos turistas. Los presupuestos que se dedican a estas atracciones turísticas deberían de salir de los fondos de Turismo y no de los de Cultura. La cultura se parece mucho a la agricultura: no se puede estar permanentemente cosechando”.

Sobre la salud del arte contemporáneo en España, Rogelio López Cuenca tira de media sonrisa y de fina ironía: “La crisis del relato moderno ofrece perspectivas de una riqueza extraordinaria”. A lo que añade: “Lo más importante que tenemos que recordar es que la mayor parte del arte que se produce no le interesa lo más mínimo al mercado”.