Fotógrafos musicales

Capturando el ritmo

28/10/2022 · Por Rafa Cervera
El grupo madrileño Biznaga totalmente desfondado tras finalizar un concierto
El grupo madrileño Biznaga totalmente desfondado tras finalizar un concierto. © Javier Rosa

Para un profesional de la fotografía dispuesto a capturar aquello que no se puede explicar de ninguna otra manera, el escenario de un concierto es una fuente inagotable de posibilidades. Descargas de adrenalina. Cumbres de emotividad. Éxtasis colectivo. Dada su abundancia de festivales, España se ha convertido en un paraíso para los fotógrafos musicales y ellos, ellas también, nos lo cuentan.

Antes de que la fiebre por los festivales aumentara aún más la temperatura en España durante los meses de verano, ya contábamos con profesionales de gran prestigio dentro de esta especialidad. Hablamos de gente como Francesc Fábregas, Domingo J. Casas o el añorado Xavi Mercadé, fallecido hace poco más de un año y cuyo legado es todo un referente para el gremio. Javier Rosa, una de las firmas imprescindibles para la fotografía de la música en vivo, recuerda la bondad de Mercadé y el entusiasmo que sentía por esta profesión: “Con él se marchó un engranaje indispensable para el colectivo de fotógrafos y fotógrafas musicales en Cataluña y, también, buena parte de la noche en las salas de la capital”.

Al principio, el objetivo de Rosa apuntaba hacia famosos de todo tipo en busca de imágenes vendibles para la prensa del corazón. En ese momento, la música no era más que una pasión que le servía para evadirse de su trabajo. “Las noches de aquel Madrid eran culturalmente trepidantes, estaban cargadas de música. Me encontré en el momento y en la ciudad adecuados. Pensé que podía compaginar mi trabajo diario en prensa con la fotografía de conciertos, pero pocos años después florecieron los festivales de música y tuve claro que quería estar ahí. Ya nunca volví a disparar para medios, revistas o agencias”. Desde hace algunos años, Rosa se dedica exclusivamente a trabajar para festivales, mánagers y promotores.

“Las noches de aquel Madrid eran culturalmente trepidantes, estaban cargadas de música. Me encontré en el momento y en la ciudad adecuados” – Javier Rosa

Para Wilma Lorenzo, “lo importante es capturar la historia desde mi punto de vista, ya sea directo, backstage, gira… Ser una observadora invisible, retratar sin intervenir en lo que sucede”. La fotógrafa, que ha colaborado con medios como Efe Eme o Rockdelux, y que actualmente trabaja también exclusivamente para artistas y promotores, prefiere calificar su trabajo como fotografía documental. Autora de imágenes que han ilustrado material promocional de Alejandro Sanz o Izal, entre otros, Lorenzo dice haberse desprendido ya del ansia por fotografiar a artistas internacionales que parecían inalcanzables. “Ahora valoro más retratar momentos importantes de artistas o bandas a los que conozco y cuya forma de trabajar admiro. Esto puede sucederme en un pabellón, en un estadio o en una sala”.

“Lo importante es capturar la historia desde mi punto de vista. Ser una observadora invisible, retratar sin intervenir en lo que sucede” – Wilma Lorenzo

¿Y qué es más apetecible para el fotógrafo de directos: una sala pequeña, un gran recinto o un festival? En estos dos últimos el profesional realiza su trabajo en el llamado foso, un espacio vallado entre el público y el escenario donde los cámaras se parapetan para disparar. Liberto Peiró lo tiene claro: “Si una sala tiene buena luz, al artista y al público los ves más cercanos; los escenarios grandes son más difíciles y menos agradecidos para fotografiar a no ser que haya una escenografía importante”. Peiró, que comenzó a disparar en conciertos en 1989, es el encargado de la edición de Mondo Sonoro en la Comunidad Valenciana y ha publicado en medios nacionales como El País o El Mundo y en revistas internacionales como Kerrang!. “Cada concierto es diferente y siempre encuentras algo nuevo, ya sea arriba o abajo del escenario. La mayor diferencia entre el directo y el retrato en estudio es que nada está preparado y cualquier cosa puede suceder. Me encanta esa sensación”.

“La mayor diferencia entre el directo y el retrato en estudio es que nada está preparado y cualquier cosa puede suceder” – Liberto Peiró

María Carbonell empezó en esto hace una década. Sacó su cámara para ilustrar los artículos que escribía para la web Alquimia Sonora. Siendo como es una apasionada de la música en directo, no tardó en aceptar que su verdadera vocación eran las imágenes y no las palabras. María también tiene claro que prefiere el directo al estudio: “La foto de directo es improvisación, jugar con la luz, captar el movimiento... También me gusta mucho capturar ciertos detalles, congelarlos en el tiempo: riesgo, celeridad, inmediatez, adrenalina, sudor, pogos, cerveza Es un vicio.” Carbonell, que actualmente colabora con varios medios punteros en Valencia, así como con el festival de artistas y grupos femeninos Truenorayo Fest, se reconoce más como “fotógrafa de sala que de festival”.

A veces, para llevar a cabo su labor, María no solamente ha de lidiar con organizadores quisquillosos o con un público especialmente entregado. “Me he topado con hombres que te dicen cómo tienes que hacer la foto, que directamente se molestan porque tú estés ahí o que te empujan y se ponen delante de ti en un foso. Quienes suelen contar conmigo a nivel profesional son, sobre todo, mujeres”. Lorenzo, por su parte, recuerda que al principio de su trayectoria se podía juzgar su capacidad profesional en función de la ropa que vistiese. “Había que ir a trabajar con expresión dura y fría para que te tomaran en serio. En los últimos años esto ha cambiado radicalmente, lo noto muchísimo trabajando con gente más joven, en su forma de hablar y dirigirse a otras mujeres que trabajan en el sector”.

“Me gusta mucho capturar ciertos detalles, congelarlos en el tiempo: riesgo, celeridad, inmediatez, adrenalina, sudor, ‘pogos’, cerveza…” – María Carbonell

Si tiene que elegir las imágenes favoritas de su porfolio, Lorenzo dice sentirse especialmente orgullosa del resultado estético de fotos que le hizo a Neil Young o Florence + The Machine, pero también valora otras instantáneas hechas a Zahara, Joaquín Sabina o Vetusta Morla. Peiró, apunta, disfruta disparando a cualquier músico que salte con su instrumento: “Tengo a mucha gente fotografiada en el aire. Es un instante único y hay que estar muy atento, tener buenos reflejos y disparar”. Si se trata de recordar momentos de peligro, Javier Rosa rememora a gigantescos tour managers británicos con intenciones poco amigables, a padres que protegiendo a sus hijos adolescentes en medio de un concierto masivo acaban destrozándote el flash de un codazo “o cruzar entre más de 50.000 personas con dos cuerpos de cámara, cuatro ópticas y una bolsa con más equipo a la espalda mientras te agarran de la camiseta y te exigen que les hagas una foto. Todo esto produce más miedo que una película de Darío Argento, pero forma parte indisoluble de esta profesión”.

La adrenalina del directo impregna al objetivo. Lo importante, sea como sea, es atrapar ese momento irrepetible. E incluso cabe la posibilidad de propiciar algún milagro más allá del contexto artístico, como, involuntariamente, hizo Rosa en cierta ocasión: “Una jornada de trabajo durante un festival acabó siendo decisiva para su continuidad. Una marca comercial estaba a punto de cerrar un importante contrato con el promotor y justo ese día acabó siendo un cataclismo en cuando a venta de entradas. Había muchos espacios vacíos, haciendo muy complicado ofrecer una visión exitosa. A última hora, tras subir todo mi trabajo al servidor del festival, recibí la visita del promotor dándome las gracias por haber transmitido con mis imágenes algo que en realidad no había sucedido. La marca tuvo una visión subjetiva del evento, pero más que apta para cerrar el contrato. Durante las ediciones sucesivas fue más fácil tomar imágenes: ¡hubo cinco sold outs seguidos!”.