Chema Madoz

Lo que la naturaleza esconde

13/01/2020 · Por Beatriz Portinari
chema madoz apertura
‘Sin Título’, de Chema Madoz. © Cortesía de La Fábrica

Conocido por su lenguaje en blanco y negro y sus metáforas visuales, el fotógrafo Chema Madoz lleva desde los años 80 convirtiendo objetos cotidianos en preguntas abiertas al espectador. Su muestra 'La naturaleza de las cosas' puede verse en el Jardín Botánico de Madrid hasta el 1 de marzo.

Podría decirse que la fotografía poética y las metáforas visuales del fotógrafo Chema Madoz (Madrid, 1958) empezaron a fraguarse en un horno de cocina. Con solo cuatro años, su madre le había apuntado a clases particulares para aprender a leer y escribir, que impartía una mujer en la cocina de su casa. Y como en aquella clase había más niños que espacio en la mesa, la maestra clandestina abrió un día la puerta del horno, arrimó una banqueta y le invitó a sentarse frente a su nueva mesa. “Se me quedó grabada esa imagen, mi cuaderno sobre la puerta abierta del horno, que suelo evocar para explicar mi fotografía. Me dejó totalmente sorprendido el hecho de usarlo como una mesa. De alguna manera, todo mi trabajo posterior tiene algo de ese espíritu, de poner en solfa la función habitual de los objetos”, reflexiona el fotógrafo.

Hoy, Chema Madoz, Premio Nacional de Fotografía (2000) y Premio PHotoEspaña (2000), es conocido como el artista del poema visual en blanco y negro, de los títulos ausentes y de las pocas palabras. Prefiere que sus fotografías hablen por él, aunque accede a hablar con Talento a bordo con motivo de su exposición, La naturaleza de las cosas’, que puede verse estos días en el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico de Madrid.

¿Cómo surgió esta retrospectiva sobre fotografías relacionadas con la naturaleza?

Para ser sincero, no era muy partidario de ponerme a revisitar mi propio trabajo cuando me llegó la propuesta de exponer en el Jardín Botánico. Con el objetivo de articular una exposición diferente del resto intenté hacer pequeñas series de motivos sobre los que iban girando mis fotos, como la música, el tiempo o la literatura, pero al final solo encontraba pequeños grupos sin mucho recorrido.

Sin embargo, la naturaleza sí era un tema recurrente en tu obra…

He sido el primer sorprendido al descubrir la cantidad de imágenes en las que la naturaleza está presente en mi fotografía. Siempre que he hablado de mi trabajo en prensa todo gira en torno al objeto. Pero la verdad es que ese objeto, en muchas de mis fotografías, está entreverado con el concepto o la idea de la naturaleza: el mundo mineral, animal o vegetal. Ha sido muy agradable descubrir y tomar conciencia yo mismo de una presencia natural que, por otro lado, resulta muy inspiradora. 

En la exposición se muestra también el proceso creativo y tus materiales de trabajo. ¿Esto no es desvelar el truco del mago?

No, no, siempre me he quedado con la sensación de que en mis fotografías, de alguna forma, el truco está a la vista del espectador. Es evidente lo que se ha hecho para conseguir la propia imagen. Porque son imágenes que están construidas y preparadas con una intención: la cámara solo está colocada para conseguir esa imagen. Por eso, mostrar en una vitrina mis bocetos y dibujos previos me sirve para poner distancia entre el objeto material y la imagen fotográfica. El objeto está en otro lugar: con una iluminación concreta dejas de lado determinados aspectos, y el blanco y el negro lo llevan a otro terreno. Construyes una pequeña escenografía que, al fotografiarla, llevas a otro territorio. Ese es el papel de la fotografía.

¿Sigues disparando con la cámara Hasselblad con la que empezaste en los años 80?

La Hasselblad me sigue acompañando desde que comencé, pero ahora utilizo también una cámara digital. Lo que no ha cambiado es el proceso: sigue siendo el mismo, sigo construyendo y cuidando mucho la composición. Lo que puede cambiar es el tipo de archivo que consigues, negativo o digital. En muy pocas ocasiones salgo con la cámara de viaje, más bien tomo pequeños apuntes, bocetos, notas, dibujos… Después busco los elementos y construyo la escena para ver si funciona.

¿Sigues buscando objetos curiosos en rastros y mercadillos?

Eso sí. Es algo con lo que disfruto mucho, además, aquí en Madrid siempre tengo un circuito donde voy buscando. Cada vez que necesito un elemento me gusta pasear por los mercados, mercadillos, el Rastro… Es algo que va conmigo. Algunos pueden ser objetos un poco especiales o raros, pero en general son todos bastante cotidianos. Me parece que lo importante, para mí como fotógrafo y para el espectador, es que la imagen permita reconocer el objeto y cuál era su función. Si el objeto es muy raro tiende a la confusión a la hora de hacer una lectura. Pero si tienes una relación con ese objeto, como puede ser un peine o una copa de vino, la lectura es siempre más natural.

¿No titular tus fotografías tiene que ver con buscar esa lectura personal por parte del que mira?

No titularlos permite que el espectador las interprete desde su propia experiencia. Siempre te encuentras lecturas interesantes, que a veces también me sorprenden a mí mismo, pero cuando te explican lo que ven, lo entiendes. Muchas veces, mis imágenes tienen diferentes niveles de lectura, distintos ángulos. Es algo que enriquece. En el momento que cuelgas una foto en una sala de exposición dejas de tener control sobre ella. Creo que, de la misma manera que me enfrento al objeto intentando dar una interpretación o una lectura distinta, el espectador debe hacerlo con esa fotografía. Es un doble diálogo.

Has interpretado visualmente poemas de Joan Brossa y greguerías de Ramón Gómez de la Serna. ¿Qué autor contemporáneo podría inspirar tu fotografía?

Me viene a la cabeza, porque lo tenía el otro día entre manos, un par de libros de Cristóbal Serra, que curiosamente también habla sobre los cantos rodados y que me recordaba mucho a mi serie ‘Piedras’. El poeta Francis Ponge también me parece interesante —por irme a lo más evidente y lo más parecido a la reinterpretación de los objetos cotidianos. Tiene un universo muy cercano al mío.

¿En qué momento creativo te encuentras como fotógrafo?

Tengo la sensación de que hay un giro de tuerca en la medida en que, a pesar de que sigo trabajando con objetos, las imágenes van adquiriendo un carácter distinto, y otros temas y maneras de hacer a los que hasta ahora no me había acercado. Me encuentro en un momento de investigación. Cuando pasan los años intentas abrir la manera de construir, y tocas otros asuntos, cambias la forma de fotografiar, de mirar Así, con el paso del tiempo puedas echar la mirada atrás y descubrir el recorrido.

¿Qué ve Chema Madoz en sus fotografías?

Esta imagen pertenece a ‘Piedras’, una serie que me lleva a recuerdos felices de días de playa con mi hijo cuando era pequeño. Solía jugar con él a crear formas con cantos rodados en la arena y así surgió una de mis fotografías más conocidas. Ahí está la idea del juego, intentar compartir con él ese punto de creación, de disfrutar con lo que haces tú y hacer disfrutar a la otra persona. Tiene un punto naíf pero, por otro lado, son imágenes que se refieren al uso del canto rodado, que también tiene una relación directa con la escultura, que me parece interesante.

La imagen de la mariposa respira cierta crueldad, al contrario de mi trabajo, que suele tener una lectura más amable, un aliento más poético. Me gusta intercalar imágenes en las que la perspectiva es otra. En el caso de la mariposa se trataba de dar una vuelta de tuerca a los antiguos insectarios, en los que las mariposas están atravesadas por un alfiler. Y eso entronca con la naturaleza muerta, está cerca del ideal de la belleza y de su propia crueldad, como rizar el rizo y tener una puntería desmesurada a los dardos.