Juan Gómez Bárcena

Mil relatos a un tiempo

01/06/2022 · Por Carmen R. Cuesta
Juan Gómez Bárcena, escritor
‘Lo demás es aire’, la nueva novela de Juan Gómez Bárcena, se acerca tanto a las historias del día a día como a las raíces del propio autor. © C.R. Cuesta

El escritor vuelve a la Feria del Libro de Madrid con ‘Lo demás es aire’, una novela ambientada en el pequeño pueblo cántabro de su infancia: Toñanes, un lugar que los foráneos pasan de largo y que sin embargo encierra cuatro siglos de historia. Los relatos de las vidas de sus habitantes —y la del propio autor— se entremezclan en una obra en la que el tiempo serpentea y se enrosca, y en la que realidad y ficción reconstruyen el pulso de una comunidad aparentemente detenida en el calendario.

Afirma Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) que al escribir Lo demás es aire, su cuarta novela, buscaba que el lector pudiera “imaginar un lugar concreto, reconstruir la historia de ese lugar”. El punto exacto es Toñanes, una pequeña localidad cántabra. “Mi pueblo”, dice sencillamente el escritor a lo largo de la conversación. Dos kilómetros cuadrados, cien habitantes —según los censos más optimistas—, alrededor de doscientas vacas: uno de esos lugares que se dejan atrás velozmente en un viaje entre dos puntos, de los que se ven por el retrovisor y se cruzan en apenas minuto y medio.

“Las vidas de la gente son la verdadera historia, no los grandes acontecimientos. Quería hacer una novela que empezara y acabara con un viaje en coche que atraviesa un pueblo que está aparentemente detenido en el tiempo. Y mostrar qué pasaría si esas personas que pasan de largo se detuvieran y vieran lo que ha ocurrido en ese lugar en cuatro siglos”, explica. Si Kanada (2017) estaba ambientada en la Hungría comunista, y Ni siquiera los muertos (2000) lo hacía en el México colonial —El Cielo de Lima, Premio Ojo Crítico de Narrativa en 2014, novelaba el Perú finisecular—, la nueva novela de Juan Gómez Bárcena se acerca tanto a esa historia del día a día como a las raíces del propio autor.

Después de otras novelas ambientadas en otros lugares y épocas, ¿Lo demás es aire representa una vuelta a casa?
Sí, sobre todo porque nunca había escrito un libro sobre un lugar muy próximo a mí; siempre he escrito libros ambientados en otras épocas, y a menudo en espacios con los que he tenido una relación biográfica, pero nunca tan fuerte como la que tengo aquí.

¿Hubo un punto, una decisión consciente de escribir esta novela en concreto, o es un libro que siempre estuvo ahí de alguna manera?
Fue bastante improvisado, aunque la palabra improvisación puede hacer pensar en algo rápido y en realidad fue algo muy lento. Pero digamos que empecé documentándome sobre el pueblo por puro entretenimiento —soy historiador y me interesaba la historia de estos lugares—; poco a poco empecé a escribir algún artículo, y a pensar que en esos artículos había material para una novela. Así que en realidad me encontré escribiendo la novela de forma casi sorpresiva, aunque por otro lado si miras hacia atrás lo lógico hubiera sido pensar que esa novela se iba a escribir.

¿Fue un proceso de escritura lineal?
Empecé este libro en 2017, pero de pronto no me vi capaz de unirlo y escribí Ni siquiera los muertos, que se publicó en 2020. Y fue entonces, durante la pandemia, cuando escribí durante año y medio y logré ese cierre: conseguí que de cierta manera esos materiales tan heterogéneos y de épocas tan distintas dieran una cierta sensación de unidad. 

¿En este caso, realmente existe ese final?
Queda mucho detrás. Historias que he eliminado, historias que en un último momento no llegué a escribir ya no sé si porque me venció la clarividencia —saber que no iban a funcionar—, o la pereza… Pero sí es un libro sin embargo con el que tengo una fuerte sensación de cierre.

¿Aun siendo su propia historia?
A nivel autobiográfico obviamente no, no acaba [ríe]. Ni a nivel documental del propio pueblo, porque uno puede pensar que cien habitantes y cuatro siglos de historia no es mucho, pero es inagotable.

El tiempo es un concepto que se explora de muchas maneras, pero en Lo demás es aire se hace también con una estructura formal que llama mucho la atención. ¿En qué momento decidiste que todas esas líneas temporales iban a mostrarse de esa manera?
La decisión digamos temporal llega relativamente rápido, lo que pasa es que no sabía muy bien cómo resolverlo. Lo que realmente me interesaba era tratar de mostrar cómo determinados espacios están cargados de historia y cómo en ellos estamos dialogando con el pasado más o menos remoto a la vez que con un futuro que aún no conocemos. Y hacerlo desde una posición no cronológica, precisamente para que pudiéramos ver ese diálogo. Entonces empecé a pensar que necesitaba captar el tiempo de una manera simultánea.

De ahí las fechas a modo de anotaciones al margen…
Ahí fue, sí, cuando pensé en utilizar ese mismo recurso que he visto en los libros parroquiales en los que los sacerdotes apuntan fechas de bautizos o decesos.

“Vivimos de relatos y nos alimentamos de esos relatos porque son los que sostienen nuestra identidad”

¿Al final, qué es lo que prima, el contexto o cada una de las historias que componen la novela, en todas sus líneas temporales?
Es verdad que en un primer momento pensé la novela de una manera global, y empecé a pensar qué tipos de textos quería que tuviera: alterna entrevistas, relatos, documentos, y lo que yo llamo “capítulos sincrónicos”, en los que todo se ve simultáneamente… Esta estructura sí la tenía en la cabeza. Ahí sí fue importante, y doloroso, el trabajo: hay varios personajes que me resultaban interesantes y que acabé por no escribir o por eliminarlos una vez escritos.

¿Un poco La Saga/Fuga de J.B.?
Me encanta la comparación, claro [ríe]. La idea de la circularidad del tiempo...

¿Es el pasado o el relato que construimos de ese pasado lo que marca y crea esa circularidad?
Es así, claro, en la historia de los pueblos y de las personas. A veces cuando uno va a terapia es porque no está satisfecho con el relato que se ha narrado de su pasado y quiere narrarse un relato nuevo, y con las sociedades pasa igual. Vivimos de relatos y nos alimentamos de esos relatos porque son los que sostienen nuestra identidad. Tan importante para mí es mostrar esos sucesos históricos que fueron importantísimos en una época como aquellas cosas pequeñas que sin embargo nos han dejado una impronta. Puede ser la memoria de un objeto, o una narración que perdura en el tiempo. Es algo que me interesa mucho: qué sobrevive y qué se pierde en la memoria.

Siendo así, ¿en toda obra acaba apareciendo el autor, aun sin quererlo?
Sí. Siempre. Te diría que incluso en mis libros más, digamos, distantes… Inevitablemente ponemos algo de nosotros en nuestras obras, y al revés: cuando tratamos de ser autobiográficos incluimos elementos que son externos. 

¿Se narra entonces a partir de ese relato construido sobre uno mismo?
Claro, y un relato en el que hay mentiras deliberadas, distorsiones, olvidos estratégicos… Estás narrando algo que aun tratando de ser autobiográfico es ficción.

“Intento contar cosas desde perspectivas nuevas, y una perspectiva nueva normalmente exige un cambio de forma”

Tantas voces, tantas épocas en una novela, ¿es una forma de poner a prueba su talento como escritor llegado un punto de su trayectoria?
No escribo desde la idea de probarme, pero es cierto que de un modo u otro quizá sí lo hago porque cada vez me estoy proponiendo desafíos mayores a nivel narrativo. No es tanto por el placer del desafío sino porque intento contar cosas desde perspectivas nuevas, y una perspectiva nueva normalmente exige un cambio de forma. No me interesan los desafíos formales únicamente en tanto que desafíos formales: a veces uno lee libros y ve que alguien se ha querido testear, pero ¿tiene ese recurso alguna justificación narrativa? Quiero pensar que en mis novelas —sobre todo en las dos últimas, en las que existe ese desafío y es bastante fuerte— el reto está justificado por lo que quería narrar.

Pero ese talento, ¿qué es?
No sé si sabría decirte qué es el talento, pero sí puedo hablar como profesor de escritura creativa, con la respuesta que doy a mis alumnos cuando me preguntan: “¿Tengo talento?”. Creo que por talento solemos entender solo una parte de lo que realmente es: solo esa potencialidad, esa capacidad de crear —en el caso de la literatura— a partir de los modelos de los libros que hemos leído, o incluso de la vida como modelo. Y eso es verdad, pero creo que parte del talento es la personalidad. Si toda esa potencialidad, esa capacidad, están ahí, pero nuestra personalidad nos impide llevarla adelante, no sé hasta qué punto por sí sola se la puede llamar talento. Al menos en mi campo es la personalidad lo que da el enfrentarse a una novela fallida desde otro ángulo, o a los múltiples obstáculos de una carrera literaria, la perseverancia… Creo que, en la unión de ambas cosas, capacidad y personalidad, es cuando hablamos de verdadero talento.