Juan Baraja

El fotógrafo de la arquitectura

17/06/2022 · Por Beatriz Portinari
La arquitectura es la gran protagonista en la fotografía de Juan Baraja
La arquitectura es la gran protagonista en la fotografía de Juan Baraja. © Paula Yubero

A la hora de fotografiar un edificio, Juan Baraja se fija en la textura, los sonidos y los olores, y no solo en la geometría. Esta peculiar forma de percibir el espacio ha convertido al artista en uno de los jóvenes referentes de la fotografía arquitectónica contemporánea. En el marco de PHotoESPAÑA presenta la exposición 'Contra todo lo que reluce: Efectos del tiempo'.

El zaguán de la casa de la bisabuela del fotógrafo Juan Baraja (Toledo, 1984) conectaba el interior del hogar con una huerta a través de un suelo de cemento encerado y brillante en pendiente. Clic. Algo hizo que aquella imagen y no la cara de su bisabuela se quedara en su memoria. Aún hoy, le sucede con los estímulos sensoriales de cada espacio olvidado que recorre con su pesado equipo fotográfico. El Museo ICO reúne su trabajo en la exposición Contra todo lo que reluce: Efectos del tiempo, del 2 de junio al 11 de septiembre, enmarcada en la sección oficial de PHotoESPAÑA.

Tu interés por la arquitectura surgió antes incluso que por la fotografía. ¿Cómo desarrollaste esta forma de mirar?
En mis talleres cuento que nos rodeamos de espacios, pero que no prestamos atención a los detalles. Recuerdo visitar de niño tanto la casa de mi bisabuela como las de sus vecinas, con patios interiores muy pequeños cubiertos por una especie de lucernarios que daban una luz muy característica a ese tipo de casas de La Mancha, llenas de plantas como cintas y alegrías, con cortinas que flotaban cuando se abrían de par en par las puertas... Siempre me han interesado esos pequeños detalles. Con 15 o 16 años llegué a plantearme ser arquitecto, pero fue la fotografía lo que me ayudó a entender mejor y ser más consciente de los espacios. Tener que prestar atención a los detalles tiene que ver con esa mirada, con detenerte aunque sea un segundo. Incluso un fotorreportero necesita un instante para detenerse.

Has trabajado con cámaras de paso universal y de 6 x 6, pero en un momento dado pasaste a la cámara de placas. ¿Cómo se dio esa evolución?
La herramienta con la que trabajas influye en tu manera de mirar. Hay fotógrafos de arquitectura que trabajan con paso universal o 35mm, y si trabajas en 35mm sin trípode eres más rápido, te puedes mover y llevar la cámara en la mano. La manera de relacionarte con lo que vas a fotografiar es distinta: el gesto cambia y te llevas la cámara al ojo. Con el medio formato y el uso del trípode el ritmo de la toma fotográfica ya se ralentiza, pero me di cuenta de que tenía que pasar al gran formato, que ralentiza aún más, para conseguir el resultado que quería.

“Llegué a plantearme ser arquitecto, pero fue la fotografía lo que me ayudó a entender mejor y ser más consciente de los espacios”

Después de fotografiar paisajes y espacios, encontramos algunos retratos en tu trabajo. ¿Cómo fue ese salto?
Creo que la personalidad también influye en la forma de fotografiar y yo soy algo tímido. El retrato era algo que estaba ahí desde siempre, pero sentía una especie de pánico a la hora de enfrentarme al retratado, entablar una conversación y establecer un vínculo durante unos minutos. Además, quería que tuviera la contundencia de mis fotografías de arquitectura, que alguien que viera ese retrato lo pudiera identificar como mío. En ese contexto, viajé a Islandia para fotografiar arquitectura y paisajes de invierno y cayó una tormenta de metro y medio de nieve que me impidió desplazarme. Me dije que era el momento de pasar al retrato y así surgió el proyecto Norlandia, el nombre de una empresa familiar que se dedica a la pesca y sus trabajadores fueron mis primeros retratados. Primero componía la escena y después el retratado se colocaba donde le pedía. Me llevaba un buen rato y ahí perdí el miedo a dialogar con un desconocido.

¿Cuánto hay de técnica y cuánto de talento en tu fotografía?
A mí me gusta recordar el concepto del “talante del fotógrafo” que Manolo Laguillo, experto en gran formato, nos repetía en sus clases. Lo definía como la capacidad de un fotógrafo para adaptarse a las circunstancias y a la situación, cómo nos enfrentamos a algo y cómo encontramos nuestra línea de trabajo, nuestro lenguaje. Que las fotos de una persona evolucionen con un sentido y que se reconozca su mirada tiene que ver con el talante. ¿El talento? Pues no sé si nace o se hace. Creo que el ojo se educa: tienes que trabajarlo para sacarle el rendimiento que esperas. En mi caso, por ejemplo, hay una parte importante de técnica, de aprendizaje durante cinco años en Bellas Artes. Quería aprender la técnica, que es lo que más me gusta de la fotografía: controlar la escena, el contraste, medir la luz e imaginarte cómo va a ser la imagen.

Afirmas que la arquitectura se capta con los cinco sentidos. ¿A qué te refieres?
Creo que la fotografía es algo visual en dos dimensiones y tienes que trasladar las sensaciones a una imagen. En cambio, la arquitectura, que es tridimensional y está construida para nosotros, es multisensorial y así lo percibo en cada proyecto. El edificio te emociona, te conmueve, es la idea de “atmósfera” que describe Peter Zumthor en su libro Atmósferas. Por eso, cuando hablo de tactilidad, por ejemplo, me refiero a un pasamanos de madera desgastada, pero también a olores, sonidos o silencios. Consiste en ser una esponja, en abrirte a todas las sensaciones para captarlas en una imagen.

Hemos hablado de Manolo Laguillo y Peter Zumthor, ¿qué otros referentes te inspiran?
Al principio estaba fascinado con la fotografía industrial alemana, muy estática, imponente. Me parece muy inspirador el trabajo de Hilla y Bernd Becher, Thomas Struth y Thomas Ruff. Pero si tuviese que elegir solo uno sería Wolfgang Tillmans, incluso viajo para ver exposiciones suyas. Me gusta mucho su manera de afrontar la fotografía. Puedes ver una imagen y te puede gustar o no, pero cuando inicia un proyecto ya piensa en cómo va a ser visto —un libro o una exposición— y eso tiene que ver con la forma que determina los formatos. Ir a sus exposiciones es una experiencia más allá de las propias imágenes, casi como una experiencia inmersiva con un planteamiento espacial.

“El retrato era algo que estaba ahí desde siempre, pero sentía una especie de pánico a la hora de enfrentarme al retratado”

Y en tu caso, ¿cómo es el proceso creativo?
Mi forma de trabajar es muy pausada. Primero voy a un edificio, lo visito, lo mido, lo estudio —cómo entra la luz, qué diferencias hay entre la mañana y la tarde—, lo recorro, en definitiva, me obligo a observar antes de fotografiar. No son proyectos cortos. Ahora estoy fotografiando el proceso de construcción de la línea de tren de alta velocidad que conecta Vitoria, Bilbao y San Sebastián. Empecé a fotografiar en 2014 y me gustaría continuar hasta el final de la obra, prevista para 2028. Todo tiene que ver con el tiempo: pasa cierto tiempo desde la toma hasta que ves la imagen, el tiempo necesario para que la imagen repose. Por eso me gusta observar cómo se van completando las series: me doy cuenta de las cosas que me faltan. Cada proyecto se va creando como un puzzle, puedes ver las piezas sueltas pero lo interesante es el conjunto.

¿Cómo surgió la idea de reunir tu obra en la exposición recopilatoria Contra todo lo que reluce: Efectos del tiempo?
Nace de una exposición previa en la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC), en León, titulada Olvidados del tiempo. Me di cuenta de que vamos haciendo proyectos tan rápido que ni siquiera nos paramos a reflexionar sobre lo qué hemos hecho hasta ahora. Veía que tenía proyectos arquitectónicos y otros totalmente distintos, como Experimento Banana o Norlandia. Llegué a albergar muchas dudas: ¿tiene sentido el discurso que estoy creando? Lo veía todo muy inconexo. Para mí era importante parar a reflexionar sobre si tenía coherencia. Y sí, la evolución estaba ahí, afianzó mi proyecto y ahora es el momento de presentar ese puzzle en PHotoESPAÑA.